Resalta la intersección entre la violencia del crimen organizado y la ausencia de cumplimiento institucional
Navojoa/VdM, 12 de abril
El fenómeno de Teuchitlán, puede entenderse como un reflejo brutal de las dinámicas de poder, desigualdad y violencia sistémica que atraviesan a México de manera histórica, particularmente en el contexto de las desapariciones forzadas y el reclutamiento coercitivo por parte del crimen organizado.
Este caso, que salió a la luz en marzo de 2025 con el hallazgo de crematorios clandestinos y restos humanos en un rancho de Jalisco, no es un incidente aislado, sino un síntoma de procesos históricos y estructurales que han sido exacerbados por el capitalismo neoliberal, el incremento a la presencia militar, asi como a la colusión entre el Estado y el crimen organizado.
Desde esta óptica, las desapariciones forzadas en Teuchitlán pueden interpretarse como una forma extrema de control social ejercida por el crimen organizado, con el aparente consentimiento o indiferencia de las instituciones estatales y este fenómeno tiene raíces en la “guerra sucia” de los años 70, cuando el Estado mexicano utilizó desapariciones como herramienta de represión política contra movimientos sociales, opositores y disidentes.
En el contexto actual, esta práctica se ha transformado y ampliado bajo la llamada “guerra contra las drogas”, iniciada en 2006 por Felipe Calderón, que militarizó el país de manera irregular y fortaleció a los cárteles al mismo tiempo, debilitando con ello a las estructuras sociales y económicas de las clases trabajadoras.
El reclutamiento forzado, o “leva”, por parte de grupos como el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que operaba en Teuchitlán, evidencia cómo el crimen organizado no sólo perpetúa la violencia, sino que también explota a los sectores más vulnerables como son los jóvenes desempleados, campesinos y trabajadores precarizados, para sostener sus estructuras, y esto se vincula directamente con la ausencia de identidad de clase, que por mas de tres décadas de políticas neoliberales fragmentaron a la clase trabajadora, erosionando su capacidad de organización y resistencia colectiva; por ende, son las privatizaciones, el desmantelamiento de derechos laborales y la precarización, los que han minado de manera directa y dejado a amplias capas de la población sin un sentido de pertenencia clasista, convirtiéndolas en presas fáciles para la cooptación criminal.
La falta de identidad de clase por otro lado, puede analizarse como el resultado de un sistema que fomenta la individualización y la apatía frente a las injusticias colectivas y en Teuchitlán, el hecho de que fueran las “madres buscadoras” del colectivo Guerreros Buscadores quienes redescubrieran el lugar y no las autoridades, lo que pone en evidencia, tanto la simulación u omisión estatal, y estas desconexiones de la sociedad en su conjunto, reflejan cómo el Estado, prioriza intereses de las élites y el capital, incluido el trasnacional (el fuerte mercado de las drogas), al haber abandonado su responsabilidad de proteger a la población, dejando que la violencia se normalice y que la solidaridad social se fracturara.
Además, Teuchitlán resalta la intersección entre la violencia del crimen organizado y la ausencia de cumplimiento institucional, dado que la cercanía del rancho a bases militares y la falta de acción previa por parte de las autoridades locales, lo que sugieren una tolerancia o incluso una colaboración activa, refando la tesis de que el Estado mexicano por omisión o negligencia, opera como un instrumento de dominación, lo cual perpetúa la explotación y la exclusión de las clases subordinadas; desde esta perspectiva, las desapariciones no son solo crímenes aislados, sino parte de una estrategia amplia de disciplinamiento social que beneficia tanto a los cárteles como a los sectores económicos y políticos, mismos que prosperan en un entorno de caos y desigualdad.
Teuchitlán es justo decir, se enmarca como una manifestación de la crisis del capitalismo tardío global en México, el cual despoja a las clases populares de su identidad y conciencia colectiva, sometiéndola a la violencia del crimen organizado y abandonando a su suerte al pueblo ante un Estado que, lejos de combatir las raíces de la desigualdad, las reproduce al ofrecer impunidad sin solución, la cual pasaría por reconstruir la solidaridad de clase, desmantelar las estructuras de poder corruptas en todos los niveles y enfrentar al crimen con mas diligencia, y asi como su organizado de políticas públicas que lo sustentan a promover una transformación social profunda que priorice la justicia y la dignidad humana sobre el lucro y la represión. Ya que para empezar a cerrar nuestras venas abiertas es también, recuperar nuestra capacidad de reconcer nuestra identidad de clase.