Esto sucedió hace muchos años en las inmediaciones de un panteón del sur de Sonora
Por Ramón García
Navojoa/VdM, 01 de noviembre
Sucedió hace muchos años, cuando estaba en el primer año de la preparatoria.
En ese tie,´p, a finales de los ochenta, vivir en una comunidad rural y para poder continuar con los estudios, representaba tener que madrugar para llegar a tiempo a clases a Navojoa.
Eso significaba tener que levantarte a las 4:30 de la mañana, desayunar, cuando bien te iba a las 5:15, y tener que salir de tu casa a las 5:30.
Luego era emprender un recorrido de treinta minutos hasta la carretera federal para tomar el primer autobús, que pasaba a las 6:15, y poder llegar a Navojoa a las 7:50 y llegar prácticamente “barrido” a la primera clase.
El recorrido entre mi pueblo y la carretera representaba cubrir una distancia de 2.5 kilómetros en medio de la oscuridad, a travesar tierras de cultivo y junto con ellas pasar por un lado del panteón de la comisaría, eso para ahorrar tiempo por una vereda ya que tomar la ruta normal era mucho más largo el tramo y requería el doble de tiempo.
El caso que platico sucedió una madrugada durante un invierno de aquellos años, recuerdo ya llegándose el período vacacional de Navidad.
Salí de mi hogar como de costumbre, bien abrigado con una chamarra rompe viendo de color azul, mi mochila al hombro, y hasta con un gorro para calentar la cabeza y que escondía entre los libros al llegar a carretera.
Cabe aclarar que para alejar cualquier pensamiento malo, de temor, ante la oscuridad reinante a mi alrededor, era una costumbre muy mía silbar alguna melodía. En esos entonces el grupo de moda de la juventud era Timbiriche, y ese día me tocó silbar aquella de “Todos menos conmigo”.
Hay voy silbando la canción con las manos metidas entre los bolsillos de la chamarra para mitigar el frío, escuchando a lo lejos el ladrido de algún perro del pueblo. Solo, caminando por el callejón que une a las dos rancherías. Completamente solo en medio de los campos de cultivos. Cruzando árboles, algunos secos, que asemejaban configuras extrañas, que entre la oscuridad se tornaban fantasmales. El camino seguía y al poco tiempo tomé una vereda que la gente hizo por entre los campos de cultivos para ahorrar camino, aunque eso significaba pasar por un lado del panteón.
Llegando al camposanto, ubicado en las proximidades del pueblo aledaño al mío, en ese entonces había una cerca de alambre, afianzada por dos grandes troncos de mezquite, bien clavados al suelo, y que había necesidad de subir y saltar para pasar estas “trancas”, como les dicen en el pueblo.
Subí los troncos y continué mi viaje rumbo a la ya cercana carretera. Justo al pasar a un lado del panteón sentí que algo muy helado me tomó por detrás del cuello. Fue como si una mano presionará.
Inmediatamente voltee para ver que era lo que me causó el frío que me estremeció (quiero hablar que no suelo ser un tipo temeroso, y menos eso de creer o ver fantasmas.
-“Mejor cuídate de los vivos, esos sí hace daño”, me decía mi padre.
Nervioso vi que no había nada, sólo el helado viento que pegó en mi rostro, y que enfriaba mis manos pese al rompeviento que llevaba.
Proseguí mi camino. Eso sí asustado, aunque tratando de no pensar algo sin sentido.
–“Debió ser un aire fuerte lo que sentí”, me auto justifiqué, aunque para eso ya había apurado el paso, casi corriendo.
Ya por pasar el camposanto. entre las tumbas del lugar alcance a ver a un gran perro negro que me miraba.
Era negro, con las orejas en punta, tipo dóberman. Sin detenerme seguí con los ojos al can y en un momento vi como desaparecía entre dos tumbas.
Me detuve un momento para ver si salía. No lo vi. La oscuridad debió contribuir a eso. Y de nuevo saqué la lógica:
-“Debe ser de alguna de las casas que están por el otro lado de la vía. Debe ser así”, pensé aunque ya muy nervioso porque también había llegado a un área cubierta de monte, en donde la vereda se reducía y era un sitio perfecto para ser asaltado, aunque aclaro que esa época eran raros este tipo de ilícitos en estos pueblos la gran mayoría de las personas se conocían.
Aclaro que a los pocos minutos alcancé a llegar a un callejón del pueblo, y con ello a las primeras luces del alumbrado público, lo que me tranquilizó un poco.
Lleno de dudas, por no decir temeroso, llegue a la carretera a esperar al autobús. No quise comentar nada de lo ocurrido a los conocidos que comenzaron a llegar a la parada. Y no lo hice por muchos años, tratando de no pensar en ese momento.
Sin embargo, al tiempo escuché a algunos conocidos sobre que suelen percibirse cosas extrañas en los alrededores del campo santo. Nomás escuché. No dije nada.
¿Verdad o mentira lo que me sucedió?. No lo sé. Pudieron ser los nervios provocados por el inesperado viento frío que sentí. Pero todavía recuerdo y me deja preguntándome: porqué sentí ese frío intenso que me oprimió la parte trasera del cuello y el destino del perro negro que claramente sentí y percibí que sus ojos se clavaban en mí. ¿Tendría dueño?. Son dudas que al paso de los años me siguen y seguirán intrigando.